Dios no ha muerto, es inconsciente
Miércoles 14 de abril de 2010, por
“[...] la palabra Dios ha muerto significa: el mundo suprasensible no tiene eficacia. No prodiga vida. La metafísica, es decir, para Nietzsche, la filosofía occidental entendida como platonismo ha llegado a su fin”.
Heidegger
Hacia el final de la Crítica del juicio, I. Kant establece aquello que dio origen a sus tres críticas, es decir, el intento de demostrar filosóficamente la existencia de Dios y la inmortalidad del alma:
“No podemos pensar la finalidad que debe establecerse en la base de nuestro conocimiento de la posibilidad de muchas cosas naturales mas que representándonoslas a ellas y al mundo entero en general como obra de una causa inteligente (de un Dios)”.[2]
Afirmación que, Kant indica, sólo puede sostenerse a nivel del juicio teleológico, pues al nivel del juicio determinante, como sostuvo al final de la Crítica de la razón pura, ni la existencia ni la inexistencia de Dios son demostrables.
Contrariamente a esa afirmación kantiana, que indica los límites de la razón humana para decidir sobre la existencia de la divinidad, tanto Hegel como Nietzsche afirmarán la muerte de Dios.
Así, leemos en el apartado Der tolle Mensch (El loco) de La gaya ciencia de Nietzsche —en la versión de A. Yánez— (formulación que luego se reiterará en el encuentro de Zaratustra con el anciano eremita y con el jubilado deAlso sprach Zaratustra):
“No oyeron hablar de aquel loco que, en pleno día, corría por la plaza pública con una linterna encendida en la mano, gritando sin cesar: ¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios! Como estaban presentes muchos que no creían en Dios sus gritos provocaron risas –¿se te ha perdido? decía uno –¿se ha extraviado como un niño? preguntaba otro –¿Se ha escondido? ¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se ha ido de viaje? ¿Ha emigrado? Así se gritaban los unos a los otros. El loco saltó en medio de todos y los atravesó con la mirada: ¿Donde está Dios? Se los voy a decir. Nosotros lo hemos matado, ¡ustedes y yo! ¡Todos nosotros somos sus asesinos! Pero, ¿como hemos podido hacerlo? ¿Como pudimos bebernos el mar en un solo trago? ¿Quién nos dio la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hacíamos al desprender la tierra de su sol? ¿Hacia dónde se mueve ahora? ¿Lejos de todos los soles? ¿Caemos sin cesar? [...]¿Flotamos en una nada infinita? [...]¿No oyen el rumor de los sepultureros que entierran a Dios? ¿No percibimos aún nada de la descomposición divina? ¡Porque los dioses también se descomponen! ¡Dios ha muerto! ¡Dios permanece muerto! ¡Y nosotros lo hemos asesinado! ¿Cómo podremos consolarnos, nosotros, asesinos entre asesinos? Lo más sagrado, lo más poderoso que había hasta ahora en el mundo ha teñido con su sangre nuestro cuchillo. ¿Quién borrará esa sangre? ¿Qué agua servirá para purificarnos? ¿Qué expiaciones, qué ceremonias sagradas tendremos que inventar? ¿La grandeza de ese acto no es demasiado grande para nosotros? ¿Tendremos que convertirnos en Dioses o, al menos, parecer dignos de ellos? Jamás hubo acción más grandiosa. Y los que nazcan después de nosotros pertenecerán, a causa de ella, a una historia más elevada de lo que fue historia alguna”[3].
Ahora bien, si Dios murió es porque antes vivió, antes existió y, ¿por qué no?, quizás nosotros somos su obra, lo continuamos, quizás perdura en alguna parte de nosotros, quizás bajo la forma de la negación superada (conservada y levantada).
La fórmula nietzscheana no es atea, como deja perfectamente claro en su tesis Nietzsche y Dostoiewsky. Tres áreas filosóficas de convergencia y divergencia el Mtro. Armando Ortega Pérez de León, la experiencia de lo sagrado y la experiencia de lo infinito no estaban, de ninguna manera, ausentes en la filosofía de Nietzsche:
“Aspirar a lo infinito, siempre y cuando éste sea inaccesible. Alcanzar el mediodía de la vida, ciertos de que la decadencia y, más allá, la extinción son inevitables. Abrevar el instante en su plenitud, sabedores de que desaparecerá y no quedará de él más que su estela luminosa. Estas son las únicas fórmulas posibles que la vida ofrece, mismas que conforman su carácter trágico que Nietzsche experimenta y exalta”[4].
Pero, volviendo a su formulación “Dios ha muerto”, si bien es cierto que no puede llamársele atea, si puede llamársele hereje, pues vuelve a las fuentes del pensamiento cristiano, recuerda lo que para ellos es un hecho, que Cristo murió...aunque resucitó al tercer día. Nietzsche escande, detiene el tiempo de la frase para hacer alusión al hecho de que los hombres lo mataron. Quizás por ello afirmó en Ecce homo:
“Si peleo contra el cristianismo es precisamente porque nunca me ha molestado, los cristianos serios, formales, han estado siempre bien dispuestos a favor mío”[5].
J. Lacan, por su parte, sostiene en el seminario Los conceptos fundamentales del psicoanálisis: la verdadera fórmula del ateismo no es “Dios ha muerto” sino “Dios es inconsciente”[6].
Ahora bien, qué quiere decir “Dios es inconsciente”? Lacan, al señalar la fuente inconsciente del pensamiento sobre la divinidad hace de Dios un concepto, una idea. Lacan se sitúa en la misma línea de Kuhn cuando afirmó: “los verdaderos ateos son los teólogos pues hacen de Dios un objeto de conocimiento”.
Lacan no niega la existencia de la divinidad, simplemente la redefine como una concepción, un síntoma humano, uno que el hombre requiere para que su estúpida existencia encuentre un soporte, para que su narcisismo no se pierda en el vacío.
Contrariamente al “Dios ha muerto” nietzscheano, el “Dios es inconsciente” lacaniano no es una expresión romántica, una del orden de la mirada al Dios desaparecido pero esperado, del encuentro con la cuenca vacía del sueño de Jean Paul.
“Dios es inconsciente” es la expresión de la ausencia de esperanza, de la asunción de la imposibilidad del apoyo, lo cual obliga a cada uno a marchar con las propias fuerzas. Sin esperanza alguna pero con la finitud.
La fórmula nietzscheana “Dios ha muerto” no es de ese orden, mantiene el lugar de lo sagrado, la aspiración de infinitud. Y en ello radica una buena parte de su fuerza poética.
Ello ha sido interpretado, como ya lo he referido, habitualmente como ateísmo. Así indica Colomer:
“El ateísmo de Nietzsche es todo lo contrario de una actitud fácil y confortable. Importa un esfuerzo sobrehumano y, acaso, por eso mismo, inhumano. Nietzsche sucumbió por haber querido demasiado”[7].
Lacan, al contrario, revela que la fórmula nietzscheana no es atea, que el verdadero ateísmo implica reconocer que Dios no es sino una creación humana, una solicitud de infinitud por parte de un ser finito, una esperanza vana. Sin embargo, Lacan no puede dejar de reconocer que tal esperanza, en su desgarramiento, ha sido la fuente de nuestra mejor poesía.
No termino sin plantear una pregunta: ¿se podrá hacer poesía desde el “verdadero ateísmo”, es decir, sin la referencia a Dios –o a su ausencia– y a lo sagrado?
[1] Heidegger, M., “Nietzsches Wort Gott is tot” en Holzwege (Sendas perdidas), Frankfurt, Klostermann, 1950, p. 200, versión castellana de A. Yañez, El nihilismo y la muerte de Dios, UNAM/CRIM, 1996, p. 114.
[4] Ortega Pérez de León, A., Nietzsche y Dostoiewsky. Tres áreas de convergencia y divergencia, tesis de Maestría en filosofía, UNAM, México, 1999, p. 168.
[6] Lacan, J., Seminario Les concepts fondamentaux de la psychanalyse (inédito), sesión del 12 de febrero de 1964.
[7] Colomer, E., El pensamiento alemán de Kant a Heidegger, vol. III, Herder, Barcelona, 1990, p. 281.
No hay comentarios:
Publicar un comentario